Según los libros japoneses más antiguos el primer Emperador asumió el Trono en el 660 a.c. Durante unos 1.000 años el Emperador no ejerció un control real. En este periodo el gobierno lo tenía la clase guerrera (Samuráis) de los nobles y sus sucesores los cuales en teoría ejercían el derecho en nombre del Emperador.
La Restauración Meiji (1867) vuelve a dar las riendas efectivas del gobierno al Emperador, no como un mandatario absoluto sino como la cabeza de una monarquía constitucional en la que existían cámaras independientes con poderes legislativos, ejecutivos y judiciales.
La monarquía nipona es la única en el mundo que se basa en la misma dinastía histórica, la Yamato, que tiene su origen en el emperador Jimmu, que unió a todos los pueblos japoneses en el 660 a.c.
El estado de la Casa Imperial fue redefinido a su forma actual por la constitución que surgió después de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque en muy contadas ocasiones en la historia de Japón el Emperador ha ejercido un poder real en los asuntos de gobierno. El concepto del Emperador como centro sobre el cual todos los japoneses están unificados está profundamente marcado en la mente de los japoneses. Esto hace un pueblo con una larga tradición imperial y un gran respeto por su autoridad.
El emperador es la cabeza del Shintoismo, la religión tradicional del Japón.
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